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Una y otra vez se repetia aquel discurso tan elaborado con el que obsesivamente se torturaba, con el nudo de hubieras que no lo dejaban respirar, pesadillas que en su mente usurpaban, mentiras que en el yermo crecian, aquello con que se torna gris el pensamiento entre los sollozos del recuerdo.

Escuchaba el eco de su nombre en la alcoba entre las paredes agrietadas por su angustia, anhelando su presencia, pidiendo al cielo un esbozo de paz. Escribia sus penas confundido, perdido entre los escombros de ese olvido, una escena taciturna que no embarga, ese discurso elaborado concluia con dolor:

"Aun siguen tirados en el suelo de mi conciencia, tan oscura como el evano, aquellos restos de tu nombre que no quiero recoger;..."

  






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